martes, 15 de mayo de 2012

Bullying: La ley del más Fuerte


Le tocaron el hombro. Le pasaron un papel. "Morite", decía. Era su segundo día de clases en uno de los colegios más caros y más bilingües de Belgrano. Acababa de llegar de Brasil y todavía estaba mareado por la mudanza, el cambio de idioma, de paisaje, de todo. Por eso, al principio creyó que se trataba de una "cargada" de bienvenida. Después, todo quedó más claro. "Las chicas, sobre todo, lo volvieron loco", dice Julio, su padrino. "Como mi ahijado usa anteojos, le decían "nerd" y se la pasaban mandándole mensajes superagresivos. El es un chico muy tranquilo, muy lector, pero lo tomaron de punto. Nunca entendió por qué", dice. Y tal vez haya dado, sin siquiera sospecharlo, en el corazón oscuro del acoso escolar: nunca hay un porqué. Cualquier excusa sirve: ser gordo o flaco, nuevo o compañero de años, muda, conversadora, bajo o alto. Rubia o pelirrojo. ¿Qué es entonces lo que sí se repite? La asimetría de poder entre víctima y victimario. El silencio. Y -condición necesaria en todo episodio de maltrato escolar- adultos que se fugan de su lugar de adultos. Maestros, profesores y padres que miran para otro lado. Sólo así puede explicarse por qué el acoso escolar es definido por muchos especialistas como una "epidemia silenciosa". Ese fue, de hecho, el título de una nota publicada por este mismo diario seis años atrás. Desde entonces, la escalada de maltrato no ha dejado de crecer y así lo confirman los especialistas y las entidades dedicados al tema.

Bullying Cero Argentina es uno de esos grupos. Ofrece capacitaciones en colegios y charlas abiertas a la comunidad. Su coordinadora, la pediatra Flavia Sinigagliesi, precisa que "si bien el bullying ha existido siempre, ahora la sociedad es mucho más violenta y eso termina repercutiendo en los niños". ¿De qué manera? Todo depende. Hay nenas a las que el "destierro social" al que las someten sus compañeritas de curso no las afecta, a otras, en cambio, las arrasa emocionalmente. Ese es el punto: que nunca se sabe en qué puede terminar el acoso. Según Sinigagliesi, "todo depente de la vulnerabilidad de cada chico y de su capacidad de volver al estado inicial luego de una experiencia traumática".

Para el psicoanalista y especialista en psiquiatría Juan Vasen, por cuyo consultorio desfilan maltratadores y maltratados, la experiencia del acoso es "siempre muy dolorosa. Pensemos que en el proceso de socialización de los chicos, en un momento los pares toman en parte el lugar que antes ocupaban los padres. Pasan a ser figuras muy importantes, y si ese traslado implica una relación despótica, el dolor es tremendo. El rechazo es vivido con la misma intensidad con la que se viviría un rechazo de parte de los padres. La sensación de fracaso es total", alerta.

En los pasillos. En el patio. En los baños. En los juegos. Antes de entrar al colegio o a la salida. Allí donde los adultos no están (o están pero no miran, que es la otra manera de no estar), el bullying nace, crece y florece en carámbanos negros. En moretones como los que le crecían a Paula -morocha, pelo largo, flaquita- cada día que pasaba en lo que ella misma llama su "otra escuela", esa que no tuvo más remedio que dejar hace dos años. Cada veinticuatro horas, una nueva sesión secreta de pellizcos y patadas a cargo de sus encantadoras compañeras de clase la dejaba ronca de bronca y dolor. Terminó cambiándose de escuela, como la mayoría de los protagonistas de las historias recogidas para esta nota.

"El bullying te mata, te suicida o te saca del colegio", resumió con impotencia el padre de una de las víctimas, que pidió reserva de identidad. Belgrano, Flores, Recoleta, Burzaco, Temperley, Aldo Bonzi, Ezeiza. Distintos colegios, edades, barrios y familias enfrentando un mismo problema sobre el que, para variar, las estadísticas locales son casi una quimera. De todos modos, lo poco que se sabe es de lo más tranquilizador. Según el informe ¿Qué dicen los chicos? Datos cuantitativos sobre la violencia en las escuelas , un estudio realizado por el Ministerio de Educación sobre 70.000 alumnos de colegios secundarios privados y estatales, el 8% de los chicos sufrió exclusión, al 12% lo insultaron, a otro 12% le hicieron burlas, al 14% le gritaron y al 32% le rompieron los útiles. Pero como todos esos hechos son considerados "incivilidades" y no "violencia", se concluye que "a partir de los datos obtenidos es posible refutar la creencia de la escuela como un lugar inseguro".

Otro, y muy diverso, es el panorama en el exterior. Sólo en EE.UU., las víctimas de acoso escolar trepan a trece millones, se estima que cerca de 160.000 chicos faltan diariamente a clase por temor a ser molestados y casi la mitad de los estudiantes teme ser "buleado" en el baño. Aun así, la mitad de las situaciones de acoso no se denuncia.

También la Universidad de Yale publicó un trabajo en el que se señala que un niño víctima de acoso escolar multiplica casi por diez sus chances de tener ideas suicidas. Otro mapeo realizado hace dos años en Finlandia asegura que "ser acosado o acosador a los ocho años es un factor de riesgo de trastorno psiquiátrico en la edad adulta" y que "la tasa de suicidio femenino se reduciría en un 10% si se eliminara la victimización escolar de las niñas". Estas son, según se comprobó, quienes tienen más chances de matarse antes de los 25 años cuando han sido acosadas por sus compañeros en la escuela. Y, sin embargo...

El Gran Bonete

Silencio, escuela. Silencio porque "acá estas cosas no pasan. Son peleas de chicos". La sola mención de la palabra "bullying" ("toreo", adoptada en 1993 por Dan Olweus, un investigador noruego, para aludir al maltrato sistemático y continuado entre pares) tiene la extraña capacidad de erizar la piel del cuerpo docente. "Es que cuanto menos se sabe de un tema, más miedo se le tiene. Y si los docentes detectan el tema pero no tienen herramientas para intervenir, prefieren no saber. Por eso lo primero que hay que hacer es capacitar a los docentes e implementar políticas institucionales al respecto", destaca Sinigagliesi.

Damián Melcer es sociólogo y vicerrector de un colegio secundario y, si bien coincide en el diagnóstico, tampoco se hace grandes ilusiones. ¿Por qué? "Porque hoy podemos hablar de bancarrota social. Hay vínculos que se han quebrado para siempre y la escuela no hace más que reflejar ese estado de cosas. Hoy, la clase de vínculo entre las personas que exalta la sociedad es la violencia, la sospecha, la competencia?". Vasen señala, al respecto, el papel nunca inocente de los padres.
"En el caso de un chico que es agresivo, esto casi siempre viene fomentado desde la familia. Son chicos criados en contextos en donde se promueven el exitismo, la competencia, todo esto de ser «líder» al precio que sea. Pero ¿cuáles son los atributos de ese liderazgo? ¿El hijo es un líder o es un jodido?", se pregunta. Tal vez por cuestiones como ésas, señala Melcer, "si bien el hostigamiento escolar no es nuevo, hoy se da una agresividad extrema que sí lo es. Hay armas de fuego, suicidios, de todo. Ya no sólo se da una situación violenta, sino que su resolución también lo es".

O no. En un episodio sucedido en la escuela media donde Melcer es vicerrector, un chico había hecho un video burlón sobre otro. Pero las cosas decantaron bien. ¿Por qué? Porque se habló del tema. Y porque hubo adultos escuchando. "El chico vino, se quejó y llamamos al del video. Hablamos y le pedimos al agresor que hiciera otro video, sobre el tema de la violencia escolar. Le mostramos que el recurso se podía usar de otra manera. Cuando el adulto da garantías de que interviene y construye justicia, recupera su lugar como referente. La escuela tiene que aparecer garantizando la justicia que la vida real al damnificado no le da", afirma.

El silencio

No hay maltrato sin testigos. Sin eso que los sajones llaman by standers : los que se paran a un lado y observan la acción. Sin intervenir, pero sabiendo."Lo que pasa es que a veces en los chicos el temor es pasar de testigos a víctimas del bullying, y por eso se callan", apunta la psicoanalista Sara Arbiser, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y especializada en adolescencia. "Que esos chicos se animen a hablar, y que los adultos los escuchen y actúen en consecuencia es lo que hace toda la diferencia", explica. "En Estados Unidos, por ejemplo, vi cómo ante un caso así a los chicos se los reunía y se los ponía a hablar. Aquí rara vez se toma la palabra y por eso estas cosas arrancan en jardín y se las deja crecer de año en año. Al final, la violencia es imparable." Pero ¿cómo no entender el silencio cuando el estigma del "delator" es sacudido por algunos adultos sobre la cabeza del chico que se anima a contar? ¿Cuándo los chicos toman conciencia de que sus voces no cuentan? "El docente suele subestimar lo que dice el nene agredido. Por eso, al final, las víctimas optan por no denunciar. Saben que no van a ser creídos y que nadie intervendrá en su defensa", concluye.

Eso -el silencio asesino- fue algo que Jesús Campo descubrió del peor de los modos. Fue hace exactamente un año, cuando lo llamaron del hospital donde su hija Celeste, de diez años, acababa de ser internada. Con fractura de cráneo. Con tres coágulos en la cabeza y muchos, demasiados golpes en todo el cuerpo. "Un compañerito de la misma edad que siempre la molestaba y que ya había sido expulsado de otros colegios la tiró por la escalera. Celeste cayó cuatro metros. Estuvo diecisiete días internada, le hicieron dos operaciones. Está viva de milagro", dice. El video que Jesús armó como pudo y colgó en YouTube cuenta lo demás. Noemí, la mamá de Celeste, cuenta lo que no está en ningún lado. Por ejemplo, que hoy Celeste, tan coqueta como era, debe ir por la vida "con un casco como el de los skaters, porque todavía el hueso no está bien. Tuvimos que cambiarla de escuela, tiene que ir en remise. Perdió casi el 50% de la visión del ojo derecho. Se cansa, se marea, nunca más volvió a patinar ni a hacer gimnasia. Es otra nena", dice. Silencio.

Los rotos

El video todavía da vueltas por Internet. Lo grabaron con un celular. Muestra un nene flaquito enfrentando a un compañero dolmen que le lleva dos cabezas y veinte kilos de ventaja. David amaga a tirar un par de piñas. Acto seguido, Goliat lo levanta, lo pone cabeza abajo y lo estrella contra el piso. El video no tiene audio ni fin: una y mil veces, la espalda vuelve a dar contra el cemento. Huesos rotos. "Cosas de chicos."

Chicos como Víctor Feletto, otro que también era menudito y prefería estudiar. "En la última prueba de matemática se había sacado diez", cuenta su abuelo José. "Era agradecido, muy responsable". Pero, ay, no le gustaba el fútbol. No al menos como se lo hacían jugar en su escuela de Temperley: rodeado de chicos cuatro años mayores que se divertían empujándolo y pateándolo. Un día, le golpearon un hombro; otro día, le golpearon el que faltaba. Terminó en el hospital Gandulfo, con hematomas y enorme dolor. "El no quería ir más, lo trataban peor que a un esclavo. Era tanta la angustia que tenía? La mamá habló con la directora, pero él se asustó porque ella dijo que si no hacía gimnasia podía perder el año." Perdió otra cosa: el 4 de abril, al volver de otra sesión de insultos y patadas, fue al cuarto de sus abuelos, tomó la pistola de José y apretó el gatillo.

Cosas de chicos. De chicos como cosas.

HUELLAS VISIBLES DEL ACOSO ESCOLAR
  • Negativa a asistir a clase.
  • Golpes y moretones.
  • Tristeza.
  • Pérdida de objetos.
  • Pérdida del dinero que le dieron para el recreo.
  • Decaimiento, pesadillas, ansiedad, nerviosismo.
  • Síndrome del domingo a la tarde.
  • Cefalea, dolores intestinales.

Acoso, maltrato entre pares, matonismo: los casos de violencia escolar entre menores no dejan de crecer en el país, muchas veces en silencio, a espaldas de los adultos, y acompañados de un grado de virulencia que, afirman los especialistas, va también en aumento. Por qué, pese a la falta de estadísticas oficiales, se habla de una epidemia y cuál es el costo psicológico para las víctimas

Fuente: Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico (CIDEP).

Por Fernanda Sandez  | Para LA NACION


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